¿Quién les enseña a los niños a vivir, a conocerse, a no asustarse de sí mismos? ¿Logramos que los niños se sientan amados tal y como son? ¿Ayudamos a los niños a atravesar situaciones de pérdidas, de dolor o les evitamos las situaciones que van aconteciendo en sus vidas?
La calidad del vínculo que tienen los padres con sus hijos va a depender de cómo han integrado sus propias vivencias infantiles, del sentido que les han dado.
Los niños son los que nos muestran nuestra propia verdad, el espejo que nos refleja cómo estamos en cada momento de nuestra vida. Somos nuestra primera responsabilidad. Para poder ser padres conscientes es necesario que sigamos sanando a nuestro propio niño interior.
De esta manera, podremos lograr que en la relación con nuestros hijos, estos se sientan amados, sin confundirlo con sobreprotección u otros comportamientos que nada tienen que ver con el amor genuino.
Sólo si somos adultos presentes, con una escucha activa y con capacidad de resonar con el mundo interior de los niños lograremos hacer posible que se sientan sentidos, que de verdad importan, que son valiosos y verdaderamente amados.
Nuestra responsabilidad con ellos, ya seamos padres, familiares, educadores o profesionales que los atienden, es acompañarlos a que crezcan y maduren, desarrollando toda su potencialidad y su autenticidad.