Necesitamos experiencias que hagan temblar la tierra bajo nuestros pies, que nos despierten de los espejismos en los que vivimos, que nos saquen de nuestros presupuestos, nuestras creencias, nuestras maneras de ver… para poder acceder a una visiòn más elevada y completa. Buscamos la protección, el control y lo hacemos desde el miedo. “Un virus nos ha confinado” dicen, pero la limitación más grave y más duradera no es la de fuera es la de dentro. Estamos confinados en nuestra cárcel interior. Está hecha de inseguridades, miedos, aferramientos, formas de pensar y de organizaciòn a nivel social y económico. Este es el verdadero confinamiento, la falta de libertad que ni siquiera notamos en nuestra cotidianidad. Tiene que venir una experiencia como la del coranavirus19 para embarrarnos los ojos y hacérnosla ver con nitidez… No vemos que no vemos. Y cuando se va el espejismo y podemos ver, descubrimos el desierto como una gran posibilidad… en él no hay camino y a la vez están todos los caminos. Descubrimos el desierto como una etapa a recorrer entre la salida de Egipto, la cárcel, la esclavitud a la que nos somete el ego y la tierra prometida, la dimensión inmensa y liberadora del Ser. Se nos quita lo de fuera para que podamos conectar con nuestro corazón y escucharlo. Esa es la brújula en nuestro desierto… Y mientras lo recorremos, en busca de nuestro sendero verdadero, aprendemos las actitudes de la profundidad: la aceptación, el fluir( tolerar la incertidumbre, aprender a recibir planes, dejar que suceda, vivir la intuición y la inspiración) la dotación de sentido, la gratitud…