Siempre ha latido un anhelo en mí que permanece a lo largo de toda la vida y que es abarcante de otros que se ven atravesados por él: el anhelo de ser quien soy.
Al igual que la naturaleza se abre camino entre las grietas del asfalto, así mi naturaleza profunda puja con la fuerza de lo genuino abriéndose paso por entre distintos personajes, caretas defensivas y disfraces adaptativos.
A medida que avanzo en esta experiencia humana y se van volviendo más conscientes, flexibles y rendidas estas formas que surgieron desde la necesidad de sobrevivir y de pertenecer, quien soy ha ido encontrando el espacio para ver la luz y entregarse a su despliegue natural.
Cuántos nidos he habitado buscando mi reflejo, y a todos los honro porque fueron lugares donde poder echar raíces y crecer en distintas posibilidades de mí. Y siempre llegó el tiempo de partir, de salir del que había sido hogar y que ya se revelaba posada.
Así voy aprendiendo a vivir, entre experiencias terrenas que son vías que me invitan a adentrarme cada vez más en lo íntimo interno, haciéndome arribar una y otra vez a las orillas de mi ser y vislumbrar su desembocadura en el Ser.
Y me pregunto si no habría ya sembradas en mí semillas de unidad en el anhelo de pertenencia y semillas de identidad en el anhelo de ser. Y si no son estas las que me van otorgando un recorrido para comprender experiencialmente el misterio de ser amor en el Amor, el único en el que podemos vivir a la vez la máxima identidad en la máxima pertenencia. Conocer y ser conocida……como sólo el Amor otorga.
Vínculo e identidad, identidad y vínculo, una realidad única e inseparable. Sólo soy y puedo llegar a ser en la experiencia vincular, sin la cual todo queda en lo potencial. El sueño que se grabó en lo profundo no llegará a su expresión si falta lo esencial: los vínculos que tejen la urdimbre que nos acoge y nutre para su despliegue. Si sólo existe vínculo al que me entrego a pertenecer, en el que me diluyo y me pierdo, es el indicio fehaciente de que esa tierra vincular, en su inmadurez y atrofiamiento, asfixia la vida verdadera que contienen mis semillas de identidad, sin que puedan germinar en él.
Leer a Teresa Guardans, en su artículo del libro “La experiencia contemplativa”, me da una gran luz al recordar la consideración de Maturana, al que nombra, de que lo genético no nos otorga lo humano, sólo da la oportunidad de lo humanizable.
Es viviendo las experiencias en el entramado vincular como vamos siendo. Enraizados en ellas podemos irnos desarrollando, como cualquier árbol se enraíza en la tierra buena y va creciendo, floreciendo y dando frutos maduros.
Las relaciones, como la tierra, necesitan nutrientes para convertirse en lugares sanos, porosos y enriquecidos donde echar raíces, para que la vida que se siembra siga su curso.
Me han crecido las alas y se han fortalecido gracias a que acepto vivir, experimentarme, en mis raíces, nutriéndome y también sanándolas. Se despliegan llevándome hacia la plenitud de la verdad natural que me habita liberándome de miedos, deshaciendo apegos, entregándome a los movimientos del corazón, explorando con curiosidad posibilidades y atesorando, como rica miel, la sabiduría que destila cada experiencia vivida.
Y casi imperceptiblemente, casi sin darme cuenta, estoy en un tramo del camino en el que he dejado de vivir como contradictorias en mí, la vocación de ser tierra y la vocación de ser cielo.
Ahora comprendo que el camino de la tierra es la puerta de entrada al camino del cielo; que sin raíces no hay alas, que sin alas no hay verdaderas raíces.
Bello caminar este caminar humano, en cuyo tránsito genuino nos vamos tornando, en su expresión más poética, en el sueño que fuimos soñado por el que Es.
Mil gracias…resuena la frase: cuantos nidos he habitado buscando mi reflejo…ha llegado la respuesta que necesitaba en este momento para seguir caminando hacia mí
Un abrazo muy grande querida Magdalena
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